Y
¿qué sucede con la educación? ¿Y en el ámbito laboral?
He
escogido estos dos campos ya que en ellos las novedades acerca de la conducta
humana se acogen con entusiasmo y rapidez. De un tiempo hasta ahora la batuta
de estas novedades la llevan los psicólogos: en su momento fueron las
capacidades cognitivas que, se creía, podían medirse con los test de
inteligencia y así se podía, por un lado reconocer a aquellos estudiantes más
preparados y por otro seleccionar a aquellos trabajadores más valiosos. Luego,
y viendo que la capacidad cognitiva no era criterio suficiente ni variable
capaz de predecir, en un alto porcentaje, el éxito del futuro estudiante o la
eficacia del futuro trabajador se incidió en los aspectos emocionales y
motivacionales. Así se intentaba encorajar a los estudiantes con recompensas de
cierto valor subjetivo por su esfuerzo o asociando las tareas a emociones
positivas creando un entorno favorable. Y por su parte, en el mundo laboral, se
crearon guías para el buen gerente en las que se incidía en tener en cuenta las
emociones de las personas que tenía a su cargo y asimismo crear un clima de
trabajo cómodo. Últimamente parece que ha cobrado importancia la noción de creatividad,
se discute acerca de si las escuelas cercenan la creatividad de los alumnos
transmitiendo unos contenidos estandarizados a todos ellos sin considerar la
variabilidad de caracteres, habilidades o intereses. Y qué decir del ámbito
laboral dónde parece que si no eres creativo, emprendedor e innovador no vales
para el trabajo, y pronto no valdrás para prácticamente nada. ¿Qué sucederá en
estos ámbitos con los nuevos descubrimientos de la neurociencia? ¿Se usarán las
técnicas de neuroimagen para conocer mejor a estudiantes y trabajadores?
Ante
nuevas ciencias con nuevos resultados que, se supone, representan un avance en
el conocimiento suelen aparecer dos actitudes contrarias y extremas. Una es
aquella seguridad casi arrogante que pretende haber resuelto los enigmas de su
objeto de estudio, en este caso el cerebro y su correlación con todos los
aspectos del comportamiento humano. Su contraria es la repulsa de todo aquello que
es nuevo y por ende peligroso. Actitud que se estanca en demandar más y más
debates técnicos, éticos y sociológicos sobre la nueva ciencia antes de aceptar
los beneficios que su aceptación trae consigo. La primera actitud se
apresuraría en aplicar la neurociencia y sus descubrimientos al ámbito
pedagógico y laboral, mientras que la segunda incidiría en los peligros que
esto podría conllevar para evitar esa aplicación.
Puede
que lo más sensato sea situarse en una postura intermedia que a partir del
debate sobre la neurociencia, sin eternizar ese debate y asumiendo cierto
riesgo (pues nunca puede uno decidir con total seguridad), admita aplicarla a
ámbitos como la educación y el trabajo.
En
el ámbito educativo ¿quién se opondría al uso de una tecnología que permitiría
constatar empíricamente el aprendizaje? Con el concepto de plasticidad neuronal
los neurocientíficos nos dicen que cuando una persona aprende se crean nuevas
sinapsis en su cerebro (esto vale para conocimientos de disciplinas como la
historia y para habilidades como aprender a conducir). Digamos que los patrones
de activación en el cerebro de una persona serán distintos si comparamos su
primer día en la autoescuela con el día del examen, en este último habrá un
número mayor de áreas cerebrales y de sinapsis implicadas en los procesos
necesarios para conducir un coche. Así que parece lógico pensar que mediante la
neuroimagen, viendo las diferencias entre el primer día de clase y el último,
se podría demostrar empíricamente que ha habido un aprendizaje.
No
obstante esto además de ser una propuesta bastante mundana y poco satisfactoria
supone un papel más bien pasivo de los aportes de la neurociencia. Según esta
propuesta la neurociencia funcionaría como simple justificante de la práctica
pedagógica ya vigente.
Si
asumimos, para la neurociencia, un papel más activo y protagonista podríamos
preguntarnos cómo podemos actuar sobre circuitos cerebrales y sustancias y
receptores químicos para mejorar el rendimiento de los estudiantes. Eso no es
nada descabellado, de hecho ya se hace por ejemplo con aquellos niños diagnosticados
de TDAH. Y hoy en día se asumen como posibles propuestas que hace pocos años
hubiesen sido ciencia-ficción ¿Por qué no utilizar sustancias químicas
(fármacos) u otros métodos (estimulación eléctrica transcraneal) para aumentar
la motivación, la capacidad cognitiva o la creatividad en sujetos sin trastorno?
Ya
está abierto el debate. E incluso es vigente para áreas como la moral. Hace ya
tiempo que se reivindica la importancia de las humanidades para la formación
ética de las personas y más cuando una causa destacable de la crisis financiera
que vivimos es una más profunda crisis de valores éticos. En los tiempos de
idolatría de la técnica la formación humanística escasa pero necesaria. Pero si
toda esta formación, otrora fundamental, actualmente parece complementaria a
unos estudios técnicos especializados ¿rechazaríamos tomar una píldora de la moralidad para mejorarnos
a nosotros mismos en este aspecto? ¿puede la neuroquímica sustituir a la
filosofía? ¿O trabajarán codo a codo para dar respuesta a los interrogantes
sobre el ser humano?
Marc.
[ sigue en 4ª y última parte http://meditacionespsicosoficas.blogspot.com.es/2012/05/que-quiere-vendernos-la-neurociencia-4.html ] ¿Será capaz la neurociencia de generar una transformación cultural?
[ sigue en 4ª y última parte http://meditacionespsicosoficas.blogspot.com.es/2012/05/que-quiere-vendernos-la-neurociencia-4.html ] ¿Será capaz la neurociencia de generar una transformación cultural?
Preparando la 4ª y última parte. De mientras recomiendo este artículo del profesor en la Universidad de Oxford, Guy Kahane.
ResponderEliminarhttp://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20110704/54180824397/quimica-de-relojeria.html